EL HAMBRE YA ESTÁ AQUÍ
Rubén Andino
¿Qué hacemos? El hambre está golpeando las puertas de los
hogares chilenos en medio de la pandemia, mientras el gobierno se ha negado
sistemáticamente a escuchar las múltiples voces de advertencia sobre lo que
venía. Este no es un invento de la oposición y la ira social va en aumento.
Quiénes primeros pusieron la alarma fueron alcaldes de diverso signo político,
que pidieron al presidente Piñera que junto a las cuarentenas sanitarias dispusiera
apoyo directo a las familias más afectadas por los efectos de la pandemia del
SARS CoV2.
Mientras las cuarentenas se mantuvieron en las comunas más
pudientes del sector Oriente de Santiago, el confinamiento sanitario pudo
enfrentarse sin grandes problemas; pero al escalar la crisis, el drama de la
pobreza, la segregación urbana, la desintegración social y la desigualdad se han
venido desnudando con creciente intensidad.
No se puede omitir el erróneo giro del gobierno hacia una
“nueva normalidad”, en el momento en que la crisis comenzaba a extenderse hacia
las comunas más pobres y con mayor concentración de población, demostrando así
escasa empatía hacia la ciudadanía más vulnerable. Piñera y su ministro de Salud
han desperdiciado un tiempo valioso para anticiparse al momento en que la
crisis sanitaria y la pobreza se encontrarían, tal como queda de manifiesto
ahora con su tardanza en tomar medidas de apoyo a una población privada de ingresos.
Para que la adversa realidad cambie, tenemos que esforzarnos
en encontrar soluciones desde el Estado y la Sociedad Civil; en este segundo
caso, fuera de la dogmática neoliberal, encarando de manera urgente y solidaria
la supervivencia del 30% de los hogares pobres o empobrecidos. El Ingreso
Familiar de Emergencia, cuya aprobación forzó el gobierno mediante un voto
aditivo en el Congreso, sin escuchar las propuestas de la oposición; es ridículamente
insuficiente ($65.000) como para
enfrentar los problemas de millones de vecinas y vecinos de barrios, villas y
campamentos del Gran Santiago. Es necesario apoyar material y moralmente a esas
familias que comienzan a pasar hambre, utilizando fondos de emergencia que el
Poder Ejecutivo puede utilizar en virtud del Estado de Catástrofe.
La necesidad de sobrevivir a la crisis derivada de la
emergencia sanitaria debe ser la principal urgencia de un Estado que se
proclama defensor de los derechos humanos. Sebastián Piñera tiene que dejar
atrás la soberbia con la que ha enfrentado hasta ahora la crisis, para escuchar
a especialistas en salud y economía y a científicos; pero también oír a alcaldes,
y sobre todo atender al clamor popular que demanda con desesperación creciente respuestas
efectivas ante las necesidades derivadas de la pandemia.
Para efectos de resolver las urgencias de corto plazo, no
cabe esperar siquiera la implementación del escuálido Ingreso Familiar de
Emergencia, subsidio que está apenas en el 50% de la línea de la pobreza. Si el
gobierno quiere evitar que la gente exponga su salud y hasta su vida en la calle
para ganarse el sustento, el Ministerio de Hacienda debe proveer inmediatamente
fondos adicionales para ir en ayuda de quiénes lo necesitan, sin esperar
engorrosos procedimientos administrativos, y aprovechando la infraestructura
municipal y las redes solidarias para distribuir la ayuda.
Esto ocurre en el contexto de una ciudadanía desarticulada e
inmovilizada por la cuarentena, y con débiles redes de apoyo y solidaridad;
pero todavía persisten en la memoria colectiva formas colaborativas de
organización para enfrentar crisis que fueron exitosas en el pasado, como:
acciones de protesta callejera y de autocuidado, “comprando juntos” u “ollas
comunes”. En contraste con la mirada economicista, competitiva e individualista
que manifiesta el gobierno, desde nuestras vivencias actuales tenemos que
recuperar como pueblo la capacidad de organizarnos y de participar de manera
colaborativa en la solución de nuestros problemas.
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