A la “nueva normalidad” oponemos unidad y movilización social para enfrentar la crisis
Observamos la indiferencia e incluso hostilidad de muchas personas hacia la política y es frecuente escuchar: “a mí los políticos no me entregan nada”, “me da los mismo quién gobierna, igual tengo que seguir trabajando”, “se arreglan entre ellos”. Este enojo con la élite se nutre del miedo a la inestabilidad social y económica, del secretismo, de la falta de participación ciudadana en las decisiones y de la banalización de las prácticas políticas.
Entre las causas más recurrentes del apoliticismo está la propaganda que atemoriza a la población, asociando la política con violencia y con la represión desatada contra los actos de legítima protesta social callejera, que hemos visto desarrollarse en favor de un nuevo orden social; realizados por la acción común de millones de hombres y mujeres, que hemos logrado correr el cerco de lo posible tras el objetivo de tener una nueva Constitución Política del Estado y una institucionalidad más justa y democrática.
Quienes tenemos compromiso con una democracia participativa debemos conectarnos con las necesidades de la clase trabajadora, con los problemas de pobladores sin casa, con el drama de quienes subsisten con pensiones que no permiten sobrevivir, con la exigencia de justicia de mujeres abusadas, con demandas de mejor calidad de vida de comunidades que habitan sin agua o en lugares contaminados. El cambio propuesto será letra muerta si no va acompañado de una transformación radical de las prácticas políticas y en particular de una mayor sensibilidad y compromiso de los partidos con las necesidades populares, y la ampliación de la democracia hacia la activa participación de la ciudadanía en las de decisiones que le afecten.
Trabajadoras y trabajadores, juventud y estudiantes, expresiones feministas y de diversidad sexual, movimientos territoriales en defensa de los ecosistemas y del acceso al agua, pobladores sin casa solo tendrán oportunidades si unimos fuerzas tras el cambio de modelo, tal como ha demostrado la revuelta social. Más temprano que tarde, el movimiento popular volverá a ser una marea social incontenible y la experiencia de lucha impondrá su voz sobre la indiferencia de aquellas personas que sienten que la política las ha abandonado.
La acción política formal está encapsulada hoy en la comodidad de cargos de gobierno, en los privilegios del Congreso Nacional o en las prácticas clientelares de los municipios. Ha sido hasta ahora una actividad reservada a una minoría, que ejerce funciones públicas “sobre la sociedad” y no “con la sociedad”. Pero ha llegado el momento de que aquellas personas que tienen un compromiso político se hagan parte de los problemas de la gente que sufre con mayor rudeza las inclemencias del sistema neoliberal. Quiénes participamos en política debemos acercarnos más todavía a nuestras vecinas y vecinos o a nuestros colegas en el trabajo, para ampliar el debate público y promover la participación ciudadana en el sistema democrático, en la perspectiva de la transformación social del país y del proceso constituyente en desarrollo.
Piñera y Mañalich intentan ofrecer solucione funcionales a la receta neoliberal para resolver la crisis sanitaria y económica, con una mirada que ve a la salud como un negocio y a los pobres como una carga; porque la minoría empresarial que controla el país y respalda al actual gobierno necesita restablecer su normalidad depredadora y excluyente; aunque el precio a pagar por esa “nueva normalidad” sea poner en riesgo la vida de miles de personas vulnerables, adultas mayores o enfermas. Son estas soluciones deshumanizadas las que nos tienen con una catástrofe sanitaria en aumento, con una recesión económica de proporciones nunca vistas y con la mayor debacle medioambiental conocida en nuestra historia.
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