Llegó la hora de decir adiós a Transantiago

Rubén Andino

Publicado originalmente el 7 de noviembre de 2008

LA CRITICA AL modelo neoliberal parece lejana a la gente común y algunos la perciben como una letanía de trasnochados izquierdistas. Pero el "capitalismo salvaje", como lo bautizara el Papa Juan Pablo II, tiene hoy en Chile expresiones tangibles que afectan la vida cotidiana de millones de santiaguinos.

La preeminencia neoliberal en las políticas públicas y sus efectos sobre los hombres y mujeres que van y vienen de sus trabajos, que visitan las postas, que concurren a la escuela, que compran en los supermercados o asisten a actividades de entretención están presentes en Transantiago, proyecto estrella del gobierno de Ricardo Lagos, que ha devenido en un dolor de cabeza para su sucesora, la Presidenta Bachelet.

Los dogmas neoliberales fueron aplicados por tecnócratas, que planificaron y echaron a andar el proyecto con un gran desconocimiento de la realidad. El subsecretario de Transportes, Danilo Núñez, explicó en un matinal de televisión la forma en que se había confeccionado la malla de recorridos, admitiendo que el sistema funcionó perfectamente en las pruebas simuladas que se hicieron antes del 28 de febrero de 2007.

Ante la Comisión Investigadora de la Cámara de Diputados, Ricardo Lagos defendió el diseño de Transantiago y centró las culpas en la implementación, es decir en lo obrado por el gobierno actual, sin expresar la más leve autocrítica sobre su propia responsabilidad. Pero Transantiago adolece de una falla de origen. El sistema fue diseñado pensando más en garantizar la rentabilidad de los operadores privados que en cuidar los intereses de los millones de anónimos pasajeros que lo sufren como un cotidiano calvario.

El viejo sistema de transporte era caótico, peligroso y despiadado para empresarios, conductores y usuarios; con más 8 mil buses esparcidos por vertiginosas carreras en la búsqueda de pasajeros; sin embargo, resultó peor el remedio que la enfermedad.

Según la publicidad promocional, Transantiago debía racionalizar el transporte y beneficiar a las personas, como" una propuesta clave del Gobierno para mejorar la calidad de vida de la gente e impulsar la transformación de Santiago en una ciudad de clase mundial…con un aire más limpio y mayor seguridad en las calles".

Los objetivos del nuevo sistema siguen expuestos en la web de Transantiago como un chiste cruel: "un servicio moderno, confortable y seguro que logrará reducir las externalidades negativas, como la polución del aire, la contaminación acústica y visual, la congestión y los accidentes". El propósito está tan lejos de la realidad como las plataformas instaladas en los buses articulados para el acceso de los discapacitados, inertes testimonios de lo que pudo ser y no fue.

Hoy existen más demoras y menos buses en las calles (originalmente el sistema debía funcionar con 4.600 y ya estamos en 5.500), tenemos más automóviles circulando, sectores densamente poblados se encuentran al margen de la malla de los recorridos y dentro de los buses y del Metro las personas viajan cual sardinas enlatadas.

Hubo buenas intenciones, pero a la hora de escoger entre el interés público y el privado, el gobierno anterior optó por el segundo. En buenas cuentas prevaleció la necesidad de garantizar la rentabilidad del negocio de los operadores por sobre el interés de las personas.

El modelo fue mal diseñado, planificado, ejecutado y los empresarios que lo operan han demostrado total incapacidad para gestionarlo. En suma, el brazo de la tecnocracia y la mano invisible del mercado no se la pudieron con Transantiago.

Hay que volver a los objetivos primigenios de la iniciativa, con el Estado como operador principal; porque una empresa estatal, Metro de Santiago, es la columna vertebral del transporte de pasajeros en la capital y está absorbiendo las graves deficiencias de todo el sistema.

Una vez más se ha derribado el mito de la eficiencia de los privados y se reedita la regla de oro del modelo, privatizar las ganancias y socializar las pérdidas. Los parches sólo harán más lenta y dolorosa la agonía de Transantiago.

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