El patriarca en su laberinto de la soledad

Publicado originalmente en septiembre de 2005

Anciano y decrépito el patriarca contempla desde su otoñal y dorada prisión domiciliaria como su querida María Lucía y prole deben enfrentar de manera solitaria los efectos de la investigación judicial que puso en evidencia su fortuna, ganada a fuerza de sangre, sudor y lágrimas. El está seco, aferrado a las manillas de su silla de ruedas y esta frenético. Los mal agradecidos beneficiarios directos de su revolución liberadora, la juventud dorada del régimen: los Nogueira, los Piñera, los Lavín, los Yuraszeck, los Allamand, los Coloma, los Espina y una interminable lista de exitosos empresarios y políticos de la derecha, a los que ayudó a instar en el poder luego de exterminar a los partidarios de Allende, quiénes ahora guardan prudente distancia del Gran Protector de la Patria y su familia cuando caído y está viejo. Sólo el sanguíneo diputado Moreira y el coronel Labbe le siguen fieles.

Operaciones encubiertas en un interminable laberinto de 130 cuentas secretas en bancos internacionales, manejadas por Augusto José Ramón Ugarte, Augusto P. Ugarte, J. Ramón Ugarte, A. Pinochet, Marco P. Hiriart y otros alias por el estilo constituyen la trama para lavar los 26 millones de dólares que el hombre ahorró en su chanchito alcancía de manera paciente desde que llegara a terciarse la banda presidencial. Doña Lucía con soponcio en el Hospital Militar y Marco Antonio preso en Capuchinos.

Pero el botín de guerra resulta escuálido en comparación con el trabajo que hizo a sus mandantes en Chile y el exterior: 3 mil muertos o desaparecidos, al menos 28 mil torturados hasta ahora reconocidos, 100 mil presos políticos, 200 mil desempleados por motivos políticos, 1 millón de exiliados, y 14 millones de “inciliados”, si se me permite inventar un neologismo para designar a quienes debimos soportar toda clase de abusos y pellejerías, como el miedo colectivo, el hambre, la falta de trabajo, la desintegración cultural, la discriminación social, la marginación forzada de más elementales derechos humanos, durante 17 largos años, sin que nadie nos haya reparado hasta ahora.

El pago de Chile, la ingratitud de aquellos que fueron salvados de la inminente irrupción de los rotos allendistas ahora le vuelven la espalda al Tata y se ríen entre dientes de él, mientras disfrutan de sus empresas privatizadas, de sus acciones en la AFP, de sus universidades privadas “sin fines de lucro”.

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