Viva la rebelión mapuche y rapanui en defensa de su identidad


El descontento de los pueblos originarios de Chile comienza a brotar tras varios siglos de negación, olvido, discriminación, despojo de tierras ancestrales y pobreza por parte del Estado y ciertos particulares inescrupulosos. Siempre amagados en su existencia como naciones, sometidos a continuos intentos de absorción cultural, las naciones indígenas se rebelan en defensa de una identidad cultural negada y la recuperación de sus territorios. El derecho a la existencia nacional de los pueblos originarios debe ser reconocida por una nueva Constitución.

El conflicto de la Araucanía es un problema ante el cual todos los chilenos y chilenas debemos estar atentos, porque constituye la parte más visible de una concepción que proclama la diversidad y la aceptación de los demás; y practica la exclusión, la uniformidad, la dictadura de los medios de comunicación, el autoritarismo y la violencia física y cultural.

La demanda de tierras de las comunidades mapuche de la provincia de Malleco ha desatado un estado policial represivo en la región de la Araucanía que ya ha conducido a la muerte a los jóvenes activistas: Alex Lemún, Matías Catrileo y Jaime Mendoza Collío. En continuos allanamientos, la acción descontrolada y violenta de las fuerzas represivas ha afectado a mujeres y niños, que han sido objeto de vejaciones, golpes y hasta tortura, acompañada de presiones a integrantes de las comunidades para que se conviertan en delatores e informantes de las fuerzas de seguridad.

En la misma línea de defensa identitaria, la toma del aeropuerto Mataveri de Isla de Pascua como protesta por la radicación de extranjeros y chilenos continentales en este territorio insular del Pacífico, es un legítimo acto del pueblo Rapanui en defensa de su identidad.

Con una superficie de 163 kilómetros cuadrados y poco más de tres mil habitantes, el temor a ser invadidos física y culturalmente es real y tiene precedentes. Los pascuenses son un pueblo que hace siglos sufrió el colapso de su cultura autárquica, precisamente por la sobrepoblación humana, que agotó los recursos de la isla antes de de la llegada de los europeos. Más tarde estos visitantes “civilizados” saquearon la isla hasta convertirla en fuente de mano de obra esclava.

La que floreció en Tepito Te Henua (el ombligo del mundo) fue una civilización aislada en medio del océano, que ha sido reconocida como Patrimonio de la Humanidad por UNESCO y el deber del Estado de Chile es ayudar a los Rapanui a defender su terruño del impacto de la invasión de la cultura de masas, el mercado y todos los delincuentes, con y sin corbata que vienen a buscar “oportunidades”.

El pueblo Rapanui tiene todo el derecho a rebelarse ante la agresión de la cultura – basura que intoxica el planeta con la presencia de la invisible garra de la sociedad neoliberal de mercado, que intenta apropiarse de sus tradiciones, para convertirlas en un amasijo informe de huesos y tendones. Roban sus monumentos, buscan extinguir su lengua y les arrebatan su identidad y hasta su existencia física como pueblo, para reciclarlo después como pieza de museo.

Así ocurrió antes a los kahuashkar (alacalufes) y solknam (onas) y a tantos otros pueblos cuyos rastros han sido esparcidos por la tierra arrasada por los depredadores humanos, que en distintos momentos de nuestra historia han apresado, torturado, exiliado, ejecutado y asesinado a personas bajo el pretexto de restablecer algún quebrantado Estado de Derecho.

La política de los sucesivos gobiernos democráticos ha sido meramente discursiva, paternalista, irrespetuosa con las demandas de tierras, la defensa de las culturas y lenguas ancestrales. Incapaz de impedir el robo descarado de sus derechos de agua, tal como ocurre con las comunidades aimara del Norte Grande.

La Comisión Nacional de Desarrollo Indígena (CONADI) es inoperante en la práctica y todas las etnias originarias permanecen estancadas en sus índices de desarrollo humano. Basta ya de hipocresía y doble estándar. Se alaba la bravura de los mapuche, la innata creatividad artística de los rapa nui o la armonía de la cosmovisión aymara; pero al mismo tiempo se los estigmatiza como terroristas y atrasados.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Nuestro peor enemigo es el desaliento

Palabras de Larraín revelan la procacidad de la derecha

Transantiago sigue su lenta agonía