Crisis de la Concertación: ¿se puede sumar restando?


Rubén Andino

La pregunta formulada en el título es pertinente, porque la imposición de un pensamiento único y la exclusión del que piensa diferente parece ser la divisa que se ha impuesto en la Concertación de Partidos por la Democracia para enfrentar las crisis que la afectan.

Los sucesos que culminaron con la expulsión de Adolfo Zaldívar de la Democracia Cristiana (DC), bajo la premisa de despejar la ruta presidencial de Soledad Alvear, constituyen un autogol, ya que la senadora va cuesta abajo como candidata y su adversario es ahora presidente del Senado. La salida de los “colorines” hizo perder el control que la Concertación tenía en el Congreso cuando, por primera vez desde la restauración de la democracia, tenía mayoría en ambas cámaras.

La fiebre depuradora de la DC ha terminado afectando a toda la Concertación, porque atenta contra la esencia que le dio origen y la hizo exitosa, su diversidad. Surgió en 1988 como una gran marea democratizadora que arrastró hasta al Partido Comunista (PC) en la estrategia que culminara el 5 de octubre de ese año con la derrota de Pinochet. Un año después la Concertación puso en La Moneda a Patricio Aylwin también con los votos del PC.

Los primeros excluidos fueron los comunistas, bajo el pretexto de exigirles que renunciaran de manera abierta a su política de la “rebelión popular”. Más tarde abandonaron los Humanistas y los Liberales Republicanos, y ya durante el periodo de Bachelet, se fueron el senador Fernando Flores y el diputado Esteban Valenzuela del PPD para fundar Chile Primero.

En esta escalada, digna de un reality show, ¿quién vendrá después?

Tal vez sean los llamados díscolos y otros críticos, como: el presidenciable Jorge Arrate, los senadores socialistas Alejandro Navarro, Carlos Ominami y Jaime Gazmuri; los diputados del PS Sergio Aguiló, Marco Enríquez e Isabel Allende, el PPD, René Alinco o el independiente Alvaro Escobar.

Este desprendimiento desde la izquierda podría tener costos imprevisibles de cara a los desafíos electorales que se avecinan, porque las encuestas demuestran que Sebastián Piñera se va consolidando como candidato único de la derecha y que cada vez son menos los votantes cautivos de las coaliciones políticas.

La acción excluyente y sectaria que predomina en la Concertación cierra el paso a una nueva mirada, que entienda la política como la coexistencia de diferentes puntos de vista, bajo reglas de convivencia que respeten esas distinas visiones e ideas sobre lo que hay que hacer en el futuro, sin que las diferencias se resuelvan con la imposición de políticas neoliberales o la marginación del que piensa distinto.

No podemos volver la rueda de la historia a 1989, aunque estamos en un momento de inflexión, que obliga a integrar a los actores excluidos o autoexcluidos del proceso democrático: ese 50 por ciento de chilenos que pudiendo ejercer el sufragio no se ha inscrito, se excusa, anula o vota en blanco; grupos minoritarios de izquierda, centro o derecha afectados por el sistema político binominal, y actores sociales significativos, que comienzan a comportarse como grupos de presión desde fuera del sistema, con la misma legitimidad con que lo hacen los poderes fácticos del empresariado y las finanzas.

La nueva realidad debe abrir paso a un cambio constitucional y del sistema político, que responda a las necesidades, deseos y visiones actuales de los chilenos y chilenas. El grupo que predomina en la cúpula de la Concertación deben aceptar que no pueden seguir ejerciendo el poder como lo ha venido haciendo hasta ahora, sin tener costos que podrían terminar con una derrota electoral.

Tal vez la elección municipal no sea ese instante, porque las lógicas locales predominan sobre la política nacional; pero la presidencial, única elección que se desmarca en parte del sistema binominal, será un momento crítico y es difícil pensar que la ciudadanía vuelva a girar un cheque en blanco a favor de la Concertación.

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